joven secretaria y jefe maduro

Pasando la inspección, relato erótico

Pasando la inspección, relato erótico

Todo había transcurrido normal en la entrevista de trabajo. Era una oficina grande, de una planta, con pasillos y salas, gente… La entrevista me la hizo en un despacho un señor de 60 y pico de años, muy correcto, vestido de traje, y parecía complacido conmigo.

Por si era hombre el entrevistador, fui maquillada, con vestido corto, medias adhesivas con costura lateral y tacones altos, que eso siempre camela al género macho. Sin sujetador, y con un perfume envolvente pero no pesado, y con varios complementos, monos pero discretos. Tengo 22 años y necesitaba ese trabajo de secretaria a toda costa, para ayudar en casa.

– Bien, solo queda un detalle – me dijo, poniéndose en pie, en su lado de la mesa.

– Usted dirá – respondí humildemente, sentada, con las piernas cruzadas de forma que el vestido se subiera lo suyo.

Hizo sonar su interfono, e indicó:

– Ya puede venir.

Me miró, en unos segundos de incómodo silencio, recorriéndome de arriba abajo con los ojos. Acto seguido, me pidió, taxativo:

– Levántate y súbete el vestido hasta la cintura.

Alucinada, tragué saliva. Su expresión me indicó que si no obedecía ya podía marcharme. No admitía negativa ni demora. Temblé, perpleja y asustada a la vez. ¿Cómo se atrevía?

– Ya estás tardando, niña.

Al oír eso obedecí por fin, sin rechistar. El vestido me lo subí poco a poco, hasta dejarlo a la altura que me pidió. Tragué saliva, asustada.

– Aparta la silla con un pie, que no estorbe.

Lo hice también, quizá con demasiada fuerza, porque salió despedida hacia la pared. El ruido me hizo temblar un poco… y seguía sosteniendo mi vestido por la cintura. Qué vejación…

Mientras me miraba descarada y fríamente, el hombre indicó:

– Mi ayudanta te hará la última prueba. De esa depende mi firma. Ya se la ha hecho a cuatro aspirantes, todas de tu edad. Tú eres la última. Cuando abra la puerta, no mires atrás. No puedes verla.

Nerviosa, asentí. No podía negarme a esa voz, a esa personalidad. Por primera vez, su perfume llegó hacia mí. Era especiado, con notas de madera y tabaco, muy viril. Era un macho viejo y culto, con mucha personalidad, claramente. Un líder de verdad. Y yo necesitaba el trabajo.

– Es perfecto tu estilismo… íntimo.

Comentó encantado, procurando reprimir su emoción. Asentí de nuevo, en señal de agradecimiento. Mis braguitas combinaban el rojo con el rosa, y eran caladas. Menos mal que decidí ponerme un tanga así de sexy. Y es que nunca se sabe, para una mujer joven.

– Lo que has elegido para venir demuestra que vales.

Mis nervios iban desapareciendo, dejando paso a la excitación. Porque esa frase denigrante me calentó.

Meneé un poco, caderas y hombros, mientras el hombre seguía devorándome con los ojos. Nunca había trabajado antes, era mi primera entrevista… ¿Cómo podía prever algo así? ¿Qué pasaría ahora? Sentía que estaba humedeciéndome, con la situación…

En ese momento se abrió la puerta a mi espalda, y el hombre ordenó:

secretaria, jefe y ayudante femenina
La ayudanta me inspeccionaba…

– Esta es la aspirante nueva, señora Cristal. Empiece.

Oí a esa persona agacharse detrás de mí, tras cerrar la puerta. El hombre me advirtió:

– No dejes de mirarme mientras te chequean y prueban, niña. Tu expresión es decisiva.

Esa mujer me rompió el tanga, supongo que con unas tijeras, y los restos cayeron al suelo, a lo cual el líder comentó:

– Me gusta que volváis a casa con el culo al aire. Todas. Por norma.

Qué locura era ésta??!! Así eran todas las entrevistas de trabajo?! Pero me gustaba, lo admito. Era tan inmoral, tan rara y tan fuera de todo… que me encantaba.

A continuación, bajó la cremallera de mi vestido y lo dejó caer al suelo. Me había quedado tan solo con las medias, los zapatos… y los complementos. Y mis pezones estaban erguidos, no podía disimularlo por ningún sujetador.

Arrodillada a mi espalda, la recién llegada empezó a acariciarme las caderas, las piernas, el culito, el chichi. Lo hacía con delicadeza, con arte. Tomándose su tiempo. Le gustaba, sin duda.

Minutos después, arrimó su morro…

Una desconocida a la que ni había visto estaba inspeccionando mi intimidad, para un trabajo de secretaria!!. Yo estaba alucinada, pero disfrutaba también, el corazón me latía a toda velocidad…

Conque me abrí más, guardando el equilibrio sobre los tacones y apoyando mis manos sobre la mesa del líder.

Se me escapó un gemidito, mientras ella me chequeaba y manoseaba.

El líder miraba encantado. La expresión era fría y cruel, pero también lasciva. Era un macho viejo y perverso, dominante, de la vieja guardia.

Estuve a punto de cerrar los ojos, de caliente y confusa que me sentía. Pero recordé a tiempo que lo tenía prohibido. Menos mal.

Entonces ella comentó:

– Está perfectamente depilada y huele a niña cachonda, señor Pérez.

El hombre, siempre serio, comentó:

– Perfecto. De todos modos, estaba seguro.

Aquella mujer siguió olisqueando y sobando por detrás, y empezó a darme besitos dulces en la almeja. Suspiré, meneando sobre mis taconazos, calentándome más y más, mientras el hombre movía sus ojos de mi cara a mis tetas, de mis tetas a mi cara.

Por su voz, ronca y típica de las fumadoras de toda la vida, la ayudanta no tendría menos de 60 años. Y quizá alguno más…

– Está muy rica – añadió ella, mientras me daba un buen lametón, bien a gusto.

Entorné los ojitos, y puse el culo en pompas, apretando mis manos sobre el borde de la mesa. Estaba húmeda y me sentía superfemenina con una humillación así de genial… La mujer insinuó su lengua en mi agujerito trasero, y agregó:

– Por el culito también es cachonda.

El hombre asintió, complacido, ajustándose el paquete por encima del pantalón. Paquete que yo intuía enorme…

Yo le miré preguntando con mis ojitos “le gustan mis caritas mientras su ayudanta valora?”. Él entendió la pregunta, y asintió, con una sonrisa de superioridad masculina, de ese machismo elegante que desde adolescente he apreciado en los hombres mayores.

Tras lamer a conciencia mis dos agujeritos y chupetear un poco mi clítoris, la mujer se levantó, se pegó a mi espalda y me tocó los pezoncitos. Estaban erguidos y ansiosos, calientes y libres. Yo suspiraba, húmeda por completo, feliz con una experiencia tan extraña, sin desviar nunca la mirada del líder.

Tras sobar mis tetas unos minutos, concluyó diciendo:

– Es tan puta como las otras cuatro que probé para usted. Será una elección difícil, señor.

– Mejor – respondió él, planeando quien sabe qué…

En ese momento tuve un orgasmo. Espero que las otras aspirantes no llegaran a tanto…

 

 

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