Padre e hija incesto

Una buena hija, relato erótico

Una buena hija, relato erótico

Escribo durante el confinamiento. Tengo 20 y tantos años, y vivo a solas con mi padre, que tiene 60 y pocos. Cuando yo era pequeña mi madre le dejó por un gringo, como dice él, como buen mexicano. Ahora viven en California, y hemos perdido el contacto con ella.

Solo salimos media horita al día, para dar una vuelta por el tejado, y así ventilarnos y movernos, aparte de la compra semanal, que unas veces la hace él y otras yo. Nuestro perro murió hace unos años. O sea que imposible bajar a pasearlo.

Estamos siempre en casa, claro. Por las noches, solemos ver una película. Por la tarde, leemos o escuchamos música, en general flamenco. Yo estoy mucho tiempo en el ordenador, él prefiere libros y comics.

Yo soy una chica caliente, bisexual y morbosa. Él es un madurito erotómano, fascinado sobre todo por los comics de Manara.

Tengo dos amigos en mi ciudad, sesentones ambos también, bien situados, que me pagan por hacerles numeritos sexy. Porno, en una ocasión, para uno de ellos, con un chavalote superdotado, que trabaja en un almacén. Eso me encanta, y me proporciona un dinerito en negro muy interesante.

También chateo con un escritor muy importante, al que conocí en Facebook y que es un depravado. ¡Otro sesentón! Se hace pajas conmigo, y le encanta decirme lo que tengo que hacer con los hombres. Y con un profesor cuarentón, muy majo y muy celoso, que a su manera se ha enamorado de mí. Tenemos ya mucha confianza. Ambos son de Madrid.

El caso es que hace unos días tuve una idea que me gustó. Se trataba de enseñar a papá fotos de dos amigas, que se hicieron en un estudio para optar a castings de modelos. Una de cada. Salen muy atractivas, muy bien maquilladas y peinadas, superfemeninas. Con una tuve una relación de meses, en cambio la otra me rechazó haciéndose la fina. Pero yo capto que esta segunda en el fondo es tan cachonda y bisexual como la otra y como yo.

Esta idea pasó de gustarme a excitarme, en todos los sentidos.

Se lo comenté por chat a mis dos amigos, y les pareció muy bien. El escritor incluso se entusiasmó, y empezó a liarme para que…¡sedujera a papá!. En serio. Se hacía pajas con esa posibilidad, incluso me dijo que tenía que ponerle el culo, ¡nada menos!.

Día tras día de confinamiento, papá y yo sin sexo, la idea empezó a imponerse. En mi cabecita, y en mi chichi. Con que cierta tarde le enseñé una de las fotos, con el pretexto de interesarme su opinión. Era la de mi ex.

¡Le encantó! y no se molestó en ocultármelo. Le mandé la foto a su móvil, para que la disfrutara con intimidad.

Días después, le enseñé a la otra, la que se me hizo la decente. Le gustó aún más, y esta vez fue él quien me pidió la foto. Se la envié también.

Más de una noche, me toqué imaginándole en la cama, solito, mirando las fotos de mis amigas y masturbándose mientras las insultaba. Bueno, mientras las llamaba lo que son, jajajaja. A la una, a la otra… Y terminaba corriéndome.

Mi amigo profesor me advertía, diciéndome que era un juego muy peligroso. En cambio, mi amigo escritor me animaba a seguir adelante, y seguía masturbándose ilusionado con conseguir un incesto, como triunfo personal. Quiere degenerarme, y le encanta que saque dinerito a dos hombres de su edad.

Les comenté a mis amigas que enseñé sus fotos a mi padre. Ambas lo aprobaron, divertidas. Yo creo que además les excitó, y se lo callaron. Eso de que el padre de una amiga las mirara, en fotos tan sugestivas…

Una tarde que había estado chateando con el profesor, dado que éste me puso supercachonda con sus palabras, me decidí. Ya no podía aguantar más. Estaba mojadita. Necesitaba sexo, y cuanto más morboso, mejor. Papá también, estaba claro, aunque nunca insinuaba nada.

Así que fui al salón y me senté a su lado, en el sofá. Él no estaba haciendo nada, y me sonrió. Le dije:

– He tenido una idea para entretenernos. ¿Te la digo?

Asintió en respuesta, sonriendo.

– Es un poco así – añadí, con picardía.

– Adelante – me animó.

Aclaro que yo no llevaba más que un kimono, no muy bien abrochado, y el tanga, húmedo, debajo. Nada más, salvo unas sandalias. Tenemos siempre la caldera bastante subidita, hace calor.

– Pues verás – dije, sacando el móvil – se trata de que mires las fotos de mis amigas, pero conmigo. Y las comentemos.

Se quedó alucinado, claramente era lo último que esperaba. Como era incapaz de decir nada, me arrimé un poco más a él y le pregunté en voz baja:

– ¿Las has mirado mucho?

No respondió, estaba nervioso, incómodo. Pero a mí el juego me gustaba, y cada vez más. Insistí:

– A mí me lo puedes decir…

Removiéndose un poco en el sofá, se rascó el pelo y asintió.

– ¿Cuál te gusta más? – pregunté, un poco insinuante.

– Qué pregunta, hija, por favor…

– Vamos, no saldrá de aquí…

– Pues…

– Ellas no se enterarán…

– Yo…

– Dime – supliqué casi, mientras le agarraba un brazo.

Me lo dijo. Era la que me rechazó.

Asentí, y busqué la foto en el móvil. Acto seguido, sugerí:

– Apaga la lámpara y se verá mejor.

Obedeció, apagando la lámpara de la mesita y dejando el salón oscurito. Así, la foto se veía en toda su nitidez e intensidad. Sale informal pero mona, muy sensual.

– Con que la prefieres a ella…

– Verás, cari, yo…

Le entregué el móvil, para que lo sujetara él.

– ¿Te apetece que te hable de su cara, de su boca, de su cuerpo?

Flipó tanto que depuso toda resistencia. Llevaba mucho tiempo sin catar hembra… y seguro que se había masturbado con mis amigas. Ahora podía tener algo más… ¿Para qué negarse? ¿quién lo podría saber?

– Qué ojazos… y qué labios, eh…

Asintió, y desvió un momento la cara para mirarme. Le corregí con un:

– Mírala solo a ella. Y siente mis palabras y mi cuerpo – sugerí, arrimándome a más no poder, mientras mi batita se abría más.

Me hizo caso, y volvió a mirarla. Yo miré su paquete. Estaba empalmado, claramente.

– Está buena, eh… cómo está mi amiga…

Se relamió, ya sin vergüenza alguna, y asintió. Excitado.

– Y se la ve cachonda… y te digo yo que lo es…

Suspiró profundamente. No sé como resistía… Conque subí el nivel acentuando la sensualidad en mi tono:

– Qué cositas habrás pensado mirando su foto… de noche…

– Yo…

– ¿Me equivoco?

Sacudió la cabeza.

– ¿Y con la otra?

Asintió.

– ¿Te ponen mucho?

Volvió a asentir, y se desabrochó el pantalón de andar por casa, sin mayor pudor. No aguantaba más. La punta de su rabo sobresalía.

– Bájate el pantalón, hombre…

Ni un segundo tardó en hacerme caso. ¡Qué polla tan grande tiene papá!

– Yo… niña…

– Tú sigue mirando.

Bueno, cómo se le pone de grande mirando a mis amigas, mejor dicho. Eso me dio una idea.

– Pero no te conformes con una sola…

Y pasé a la otra foto. Y de inmediato empecé a acariciarle los cojones, susurrando:

– Disfruta, papá. Esto no volverá a pasar, conque aprovecha…

Miraba como un demente ahora a la otra, pero claramente le daba vergüenza tocarse. Conque empecé a tocársela yo, por abajo. Con mucha suavidad, al principio…

– Tienen mi edad… podrían ser también tus hijas…

– Sí, sí…

– Venga, un día es un día… suelta lo que les dices cuando estás solito con sus fotos, en la cama…

Padre e hija incesto

Le pedí, mientras comenzaba a masturbarle lentamente…

– Yo… es que yo…

– ¿Verdad que las llamas calientapollas, y putas… y esas cosas que decís los hombres?

– ¡Sí! – exclamó, mientras mi mano derecha le masturbaba, con buen ritmo, ni despacio ni deprisa, y la izquierda le acariciaba el culito y los cojones, suavemente.

– Vamos, insulta a mis amigas delante de mí… lo estás deseando…

Mirando intensamente la foto, susurró:

– Qué puta eres, cuánto se nota…

– Has fantaseado con follarte… ¿a las dos?

– Sí, sí – gimió, y noté que estaba a punto de correrse…

Con que sujetando bien su rabo, hinchado y fuerte como el de un chavalote, me metí la punta en la boca.

– Putas… putas… qué putas sois todas – gemía, casi llorando, mientras se corría en mi boca.

Tragué hasta la última gota. Hummm, qué salado, qué espeso…

Soltó el móvil, para acariciarme el pelo mientras yo tragaba. Justo entonces, tuve el orgasmo yo. Un minutito antes y lo habríamos tenido al mismo tiempo…

Después, su polla se fue ablandando y acabó saliéndose de mi boca.

Seguimos así un rato, no sé cuánto, en penumbra. Él acariciándome, yo encogida en su regazo, mi móvil olvidado a un lado del sofá.

¿Volverá a suceder algo así entre nosotros? ¿Ha sido incesto?

¿Se lo contaré a ellas? ¿Y a los dos madrileños?

Continúa el confinamiento.

 

 

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